domingo, 18 de mayo de 2025

LA COLINA: LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO (Capítulo 3)

La intranquilidad de Faronte le hacía ser cauto, y la juventud atrevido; en éste momento existía una lucha interna entre su psique (que le decía que por hoy ya estaba bien de emociones), y su masculinidad (que le empujaba irremediablemente a entablar contacto con aquel hombre). Finalmente pudo más su juventud y masculinidad, esa ansia de aventura y riesgo que nos domina en circunstancias donde, con todo en contra, actuamos puerilmente y dando de lado a las posibles consecuencias pese a la alerta que nuestro cerebro nos manda constantemente.

Recogió su hato de víveres, y continuó camino escondiéndose entre los arbustos y malezas que iba viendo, mientras controlaba, con la vista, al indivíduo que seguía golpeando algo allá a lo lejos. Ningún pájaro estaba revoloteando ni cantando, tampoco insectos, los arbustos se iban tornando, según avanzaba en esquejes secos que apenas levantaban medio metro del suelo, carecían de verdor ni flores; era como si en cien metros alrededor de la construcción de ese hombre, todo fuera yermo. Haciendo caso omiso una vez más a su cerebro, Faronte cometió la torpeza de levantarse de su posición de cuclillas en la que se encontraba, y se dirigió, decididamente, a hablar con ese hombre solitario. Se irguió completamente, saliendo de su escondite, y decidió hacerse pasar por un viandante despistado para sacar algo de información.

Anduvo, apenas cincuenta metros, cuando voceó dando los buenos días; su corazón se aceleró, el hombre, dejó de golpear rítmicamente, y su boca se secó pegándose su lengua al cielo de la misma… sus dientes los notaba raramente como una lija, al pasar la lengua, su respiración se hizo más corta y rápida, podía sentir su propio corazón latir en sus oídos.

-       “Ando perdido, ¿puede ayudarme?. Gritó Faronte con voz entrecortada.

Aquel tipo se dio la vuelta, lo miró, y se quedó inmóvil mirándole, sin pestañear, como escudriñando algo desconocido, o quizá un tesoro; de cualquier manera, aquel hombre mostró curiosidad del encuentro que Faronte había protagonizado.

Un largo minuto fue el que ambos se quedaron mirándose, un minuto que pareció más de un siglo, inmóviles, inseguros, curiosos… al fin, Faronte agarró la situación por donde más duele, y dio unos decididos pasos hacia el otro, con una sonrisa en la boca más que forzada, y hablando alegremente como si fuese un viajero extraviado que sólo quiere descansar y preguntar por dónde se va a algún pueblo cercano. (Realmente, desconocía Faronte si existía algún pueblo cercano, sólo conocía el asentamiento, y el Castillo del Conde de las Chimeneas).

El ser continuaba mirándole, sin hacer ningún gesto, ni emitir ninguna palabra… lo que empezó a gustar a Faronte, que pensaba que ese hombre estaba tan asombrado como él, y que quizá fuese quién tenía más miedo o inseguridad de los dos; al fin y al cabo, vive solo, y no tiene pinta de haber tenido relaciones con más seres humanos, por lo que a lo mejor hasta me teme (pensaba, erróneamente, Faronte). Seguía acercándose mientras hablaba del “disparate de su despiste al salirse del camino y no encontrarlo de nuevo”.

Llegó a unos pocos metros del desconocido, y paró el paso… aún así, se mostró locuaz…

-       “Menos mal que encuentro a alguien, llevo desde anoche perdido al salirme del camino para descansar y estar a salvo de bandidos, pero no encuentro cómo volver a él”. Decía Faronte para autoenvalentonarse frente al otro.

-       “Estoy buscando algún pueblo cercano donde descansar en una posada y darme un buen baño caliente, comer con cuchara, y si es posible, ser acompañado de alguna dama de cascos ligeros, jajajaja”, bromeó Faronte.

Silencio, observación, extrañeza, contemplación, pensamiento, mirada, tensión, preocupación, arrepentimiento… muchas cosas en tan poco tiempo que sintió Faronte. ¡Aquél tipo parecía bobo!, no decía ni hacía nada… se había quedado inmóvil mirándole, como si se tratase de una estatua allí puesta para adornar el sombrío y estéril paisaje de la construcción. La visión conseguía que la médula espinal de Faronte sufriera distintas temperaturas altas y bajas en décimas de segundo. Quería darse la vuelta y que nunca hubiera ocurrido ese encuentro.

Faronte esperó sin ser capaz de inventar nada para aliviar la tensión del encuentro. No movía un músculo, incluso su forzada sonrisa se desfiguró para convertirse en una auténtica mueca de preocupación y desconcierto, arqueándose las cejas, boca recta, ojos a medio abrir, y mirada intranquila… la situación estaba empezando a desesperarle de modo que parecía que le iba a superar de un momento a otro.

En un último intento de comunicación, Faronte quiso dar a conocer su nombre:

-       “Bueno, saludos, señor, mi nombre es”.

- “FAAAROOONNTEEEE”, gruño aquel ser con gutural y ronca voz, demostrando no tener una capacidad normal de pronunciación.